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Las políticas y las elecciones de Justiniano, y en especial su opción de utilizar consejeros eficientes aunque impopulares, por poco le cuestan el trono a comienzos de su reinado. En enero de 532, las facciones de las carreras de carros en Constantinopla, que normalmente se encontraban divididas y enfrentadas entre ellas, se unieron en una revuelta contra Justiniano que recibió el nombre de los disturbios de Niká, por el grito de guerra que utilizaban los rebeldes (niká, que significa ‘victoria’). Obligaron a Justiniano a despedir a Triboniano y a otros dos de sus ministros, y luego intentaron derrocar al propio Justiniano para reemplazarlo por el senador Hipacio, sobrino del anterior emperador Anastasio I.
Mientras que las multitudes provocaban revueltas en las calles, Justiniano llegó incluso a valorar la posibilidad de escapar de la ciudad, pero permaneció en ella alentado por las palabras de su esposa Teodora. A lo largo de los siguientes dos días, ordenó una brutal supresión de las revueltas por sus generales Belisario y Mundus. Procopio relata que en el hipódromo murieron 30.000 ciudadanos desarmados. Ante la insistencia de Teodora, y aparentemente contra su criterio inicial, los sobrinos de Anastasio también fueron ejecutados.
La destrucción que se propagó por la ciudad de Constantinopla durante las revueltas fue muy elevada. Sin embargo, le permitió a Justiniano la oportunidad de crear un conjunto de espléndidos nuevos edificios, y en especial la admirada iglesia de Santa Sofía.