lunes, 18 de noviembre de 2013

CRISIS ICONOCLASTA

Se conoce como Crisis Iconoclasta el episodio ocurrido en el Imperio Bizantino a partir del siglo VIII, por el que se impone la prohibición de realizar imágenes religiosas en todo el territorio imperial. No sólo se proscriben las nuevas imágenes, sino que además se destruyeron gran cantidad de los iconos existentes y se blanquearon frescos y mosaicos.
Los motivos que se pueden aducir para explicar esta repentina persecución de la imagen sagrada son variados. Por una parte está la enorme popularidad que habían alcanzado determinadas iglesias, gracias precisamente al culto que se le profesaba a sus imágenes y que estaba derivando en auténticas idolatrías, mal vistas por un sector de la Iglesia. En muchas ocasiones esta devoción popular derivaba en el lujo y el enriquecimiento de determinados templos como consecuencia de las donaciones que recibían. El poder de los iconos estaba así eclipsando el poder civil, y es esta raíz del problema la que resultará determinante para que se produzca la Crisis. Al fin y al cabo la autoridad imperial no estaba dispuesta a verse desplazada a un segundo plano por el poder de la Iglesia. De ahí la determinación de los emperadores iconoclastas por acabar con la poderosa influencia que representaba la imagen para la institución eclesiástica. En cualquier caso también podemos considerar la Crisis Iconoclasta un reflejo de la crisis social y cultural que alcanza al Imperio bizantino y que en última instancia viene a representar el final de una época, hasta el punto de que algunos historiadores consideran que es entonces cuando puede decirse que se ha acabado definitivamente el Mundo Antiguo heredado de Roma y que empieza realmente la Edad Media. También es un fenómeno estrictamente religioso, que afecta a la propia doctrina de la Iglesia, que se plantea desde un punto de vista teológico si la imagen como tal es buena o mala para la espiritualidad religiosa, porque algunos la ven como algo positivo pues resulta un medio de divulgación para la explicación y el entendimiento de los misterios religiosos, si bien otros en cambio la entienden como una forma de paganismo idólatra. La Crisis Iconoclasta no es ajena tampoco a la influencia musulmana, creciente en la zona, ni a la crisis religiosa que acabará provocando el Cisma de Occidente. La disputa comienza cuando el emperador León III (717-741) destruye la imagen de Jesucristo que se encontraba en la puerta de su palacio, originándose una auténtica disputa civil que se radicalizará contra los iconódulos en tiempos del emperador Constantino V (741-775). La crueldad empleada contra las prescripciones imperiales llegaba al extremo de quemar las manos con hierros al rojo vivo a quien realizara cualquier tipo de icono, como le ocurrió al pobre monje-pintor Lázaro. Por otra parte, resultó dolorosa para la historia del arte, no sólo porque limitó la realización de nuevas obras de arte, sino porque destruyó muchas otras ya hechas. Durante el reinado de la Emperatriz Irene (797-802), se vuelve durante unos años y de forma provisional a la permisión de la iconodulia, pero de modo definitivo la crisis no acabará hasta el año 843 en que se deroga definitivamente el iconoclasmo.

¡¡¡DESPERTA FERRO!!!

Aun cuando se desconoce el origen exacto de los almogávares, sabemos que se trataba de un grupo de hombres -catalanes y aragoneses- organizados militarmente que ofrecían sus servicios a cambio de importantes recompensas. Su ferocidad, bravura y crueldad en el campo de batalla están presentes en todas las descripciones que se hacen de ellos, pero el secreto de su éxito era la gran habilidad, versatilidad y rapidez para adaptarse a los cambios en la lucha y al desarrollo de la batalla.
¿Almogávar? La denominación “Almogávar” tiene su origen en la palabra árabe “Al-mugawir”, que quiere decir “penetrar en territorio enemigo”. Esta palabra sirvió para designar, de manera genérica, todas aquellas tropas que, como una guerrilla, saqueaban un territorio enemigo mediante incursiones veloces. La lucha de los almogávares. Dibujo de Oriol Massana. Roger de Flor. Dibujo de Oriol Massana. Roger de Flor Roger de Flor (1262-1305), aventurero y militar, fue el líder más famoso de los almogávares. Roger fue admitido en la orden militar del Templo para luchar en las cruzadas. Abandonó los templarios y se puso al servicio de Federico III como corsario. Capturó varios barcos y pasó a formar parte de la Compañía de los almogávares. En 1303, después de conseguir la conquista de Sicilia, Roger de Flor ofreció su ayuda al emperador griego Andrónico II, entonces amenazado por los turcos. Éste la aceptó y lo nombró mega duque del Imperio. Las tropas de los almogávares acabaron con los turcos y Roger de Flor fue nombrado césar del Imperio por Andrónico II. El poder que había conseguido en Bizantino suscitó el recelo del hijo del emperador (Miguel IX). En un banquete en Andrinópolis, Miguel lo hizo asesinar junto con su escolta por tropas alanas. Este fue el inicio de la Venganza Catalana.
Las luchas almogávares La primera gran gesta almogávar conocida fecha del siglo XIII con la Reconquista, dónde el ejército colaboró con Jaime I con la finalidad de expandir el territorio catalán-aragonés hacia el sur. Ya en el siglo siguiente, concretamente en verano de 1302, la Gran Compañía de los Almogávares intervino en favor del emperador bizantino Andrónic y neutralizó la inminente amenaza turca que sitiaba sus dominios. El líder de la compañía, Roger de Flor, exigió una altísima recompensa (entre otras cosas, casarse con la sobrina del emperador para lograr el cargo de mega duque del imperio Romano de Oriente), de acuerdo con lo que ellos creían que merecían. El triunfo almogávar fue agobiante: expulsaron de Anatolia y de Asia Menor a todos los turcos y, además, sorprendieron con grandes hitos como la liberación de la ciudad de Filadelfia. Aquí, los 1.500 caballeros y 4.000 soldados almogávares a los gritos de Despierta “Hierro” y Sant “Jordi” eliminaron 7.000 turcos (de un total de 18.000), mientras los catalanes sólo registraron 180 bajas. Ramon Muntaner (1265-1336), cronista y militar catalán, acompañó a los almogávares en la expedición a Oriente en 1303 y tomó parte en las campañas catalanas en Asia Menor y en Tracia. Además, fue capitán y administrador en Galípolis. El papel que desarrolló Muntaner lo convierte en un testigo de excepción. Gracias a él contamos hoy en día con la única fuente que explica la expedición catalán-aragonesa a Oriente. El relato sobre la expedición almogávar forma parte de la Crónica, una brillante narración casi periodística que explica la historia de los Países Catalanes desde el reinado de Jaime I hasta la coronación de Alfonso el Benigno (1327). El estilo personal y emotivo, la prosa fluida y viva, y el uso de la lengua rica y coloquial, convierten la obra de Muntaner en una de las más atractivas de la literatura catalana.
La conspiración contra la Compañía Entrada de Roger de Flor en Constantinopla, José Moreno Carbonero, 1888 El emperador Andrónico, que nunca confió en los Almogávares, decidió tomar cartas en el asunto. Orquestó un plan para engañarlos y dividirlos. Su hijo, Miguel Paleólogo, reclamó el 5 de abril de 1305 la presencia de Roger de Flor en Adrianópolis para, en teoría, rendirle homenaje. Mientras tanto, la Compañía se estacionó en Galípoli. Durante el banquete, Roger de Flor y sus oficiales fueron asesinados. A continuación, las tropas almogávares también toparon con las armas del ejército bizantino. Pese al ataque a traición, y por mayor sorpresa de los bizantinos, la contraofensiva de la Compañía fue efectiva y derrotaron a los traidores. La respuesta no se hizo esperar, los almogávares arrasaron Tracia hasta llegar a Macedonia. La sed de venganza almogávar no dejó ni un rastro de vida por dónde pasaron. Es más, hasta la actualidad, mediante la memoria colectiva, han llegado expresiones como “Así te coja la venganza catalana”, “Ni un catalán haría tal cosa” o “¡Qué catalán!” para subrayar el salvajismo y brutalidad de una acción. Después de imponerse sobre Berenguer de Entença, Bernat de Rocafort fue elegido el nuevo caudillo. Su tiranía, hizo que, pasado un tiempo, se agotara la paciencia de los Almogávares y decidieran entregarlo al enemigo. A partir de aquel momento, sin un líder evidente, la Compañía se rigió por el “Consejo de los doce”. Mientras tanto, las ofertas de trabajo no dejaron de llegar. Berenguer de Entença por Oriol MassanaEntença Berenguer de Entença (?-1307), cuñado de Roger de Llúria, fue un noble y militar catalán que luchó a las órdenes de Jaime II. Como representante de Jaime II, dirigió una fuerza expedicionaria que se incorporó a la Compañía Catalana de Roger de Flor (1304) para ayudar al emperador bizantino contra los turcos. Era un guerrero muy bien considerado entre los almogávares, motivo por el cual Roger de Flor le dio el título de Megaduque tras derrotar los turcos. Cuando Roger de Flor murió, Entença logró el mando de la Compañía Catalana y declaró la guerra al Imperio de Andrónico iniciando la célebre Venganza Catalana. En esta guerra, Entença fue capturado, aun cuando gracias a las gestiones de Jaime II fue liberado al poco tiempo. En su ausencia, sin embargo, Rocafort logró el liderazgo de la Compañía y Entença se vio relegado a un segundo término. Las disputas entre Rocafort y Entença fueron continuas y acabaron con la muerte del segundo a manos de uno de los hermanos de Rocafort el 1307. Los Almogávares contra la alianza europea Unos años más tarde, los Almogávares se introdujeron en Tesalia, un territorio en manos de los Francos desde la 4ª cruzada, y fueron contratados por Gautier de Brienne, duque de Atenas, para repeler a los griegos. Nuevamente, la Compañía resolvió la batalla brillantemente pero, en terminarla, los Almogávares descubrieron que no sólo no los querían pagar, sino que los expulsaban de Atenas. Las presiones de la alianza Venecia-Constantinopla sumadas al deseo de Gautier de Brienne de poner fin a la Compañía que iba camino de convertirse en una leyenda reunieron lo mejor de lo mejor de la caballería europea. Los años 1311, con el único objetivo de aplastar a los Almogávares, se enfrentaron 3.000 caballeros acompañados de 12.000 soldados de infantería armados de la mejor manera posible en la época. Contra todo pronóstico, y por insólito que nos pueda parecer, los grandes caballeros europeos no pudieron ganar a los Almogávares. Aquel enfrentamiento ha pasado a la historia como la mítica batalla de Cefís.
Tropas almogávares al servicio de Jaume I (detalle de un mural de finales del siglo XIII) El estancamiento almogávar en Grecia La derrota supuso el fin de la dominación franca en Grecia y, lo más curioso de todo, el establecimiento durante tres generaciones en aquellos territorios (ducados de Atenas y Neopatria) de la Gran Compañía Catalana. Los catalanes impusieron las leyes imperantes en la Corona de Aragón e instituyeron el catalán como lengua oficial. Lejos de ser sólo un ejército, los almogávares constituyeron un organismo vivo que evolucionó y se supo adaptar a diferentes situaciones. El declive La falta de una estrategia política coherente y las conspiraciones de algunas familias locales hicieron retroceder el dominio catalán-aragonés. Por otra parte, los antiguos enemigos de los catalanes no olvidaban; las acciones de genoveses, servios, albaneses, franceses o florentinos menguaron el poder almogávar hasta que, finalmente, en 1390, como consecuencia de un asedio de quince meses, los Almogávares perdieron las pocas posesiones que les quedaban en Oriente. Bernat de Rocafort por Oriol MassanaRocafort Bernat de Rocafort (?-1309) fue un caudillo almogávar de origen catalán. En 1282 participó en la campaña de Sicilia y en 1304 condujo una hueste a Asia menor, dónde pasó a formar parte de la campaña de Roger de Flor. Por el valor demostrado en el campo de batalla, Roger de Flor lo nombró senescal y le prometió con su hija. Tras la muerte de Roger y del encarcelamiento de Entença, Rocafort se convertió en el líder de la Compañía Catalana. Cuando Entença volvió, se rompió la unidad militar: Rocafort no quiso reconocer el liderazgo de Entença y gran parte del ejército almogávar apoyó a Rocafort. Con el tiempo, Rocafort se convirtió en un líder ambicioso y tirano que antepuso la ambición personal a los objetivos políticos y económicos de la expedición. Pretendió reinar en Salónica y se puso al servicio de Carlos de Valois y de Gautier de Brienne, duque de Atenas. Sus propios hombres lo entregaron a Robert de Nápoles, un antiguo enemigo, que lo encerró en el castillo de Aversa, dónde murió de hambre. L'exèrcit errant“L'exèrcit errant” Aprende sobre la historia de los almogávares de forma amena y entretenida con este cómico que relata la última gran batalla de la Compañía de los Almogávares. Editorial: CUMBRE (2005) extraído de http://www.portaleureka.com/accesible/historia/149-desperta-ferro-almogavares

EL OCASO DE CONSTANTINOPLA

En el año 1453 concluye el periodo conocido como la Edad Media, desde la caída de la primera ciudad romana hasta el ocaso de la última. Dos protagonistas dirigirán la última escena de este periodo: Mehmed II y Constantino Dragases.
Nos encontramos en el año 1453 en la ciudad de Constantinopla, o Bizancio, o Estambul, encrucijada de dos mundos. Han transcurrido 1.000 años desde la caída de la antigua Roma (473 d.C.), y durante un milenio el Imperio de Oriente ha sobrevivido en solitario, enfrentándose a norte, sur, este y oeste. Las murallas de Constantinopla han resistido ataques búlgaros, germanos, rusos, persas, árabes e, incluso, de los cruzados cristianos. Muchos siglos han pasado desde su edad de gloria, en la que llegó a recuperar gran parte del antiguo territorio romano durante las campañas del general Belisario. Mas aquellos dominios (Italia, Grecia, África) se han perdido hace ya mucho tiempo. El Imperio Romano en el siglo XV es una sombra de su poder pasado: los dominios de su último emperador, el basileus Constantino Dragases, coinciden con los límites de la vieja Bizancio. El viejo Imperio se ha desvanecido tras siglos de guerras con el mundo. Ahora, aprovechando la debilidad, el sultán del todopoderoso Imperio Otomano prepara las tropas para el ataque. Su nombre es Mehmed II. Asustado por el inmenso ejército que se cierne sobre su reinado, Constantino se apresura a pedir ayuda a sus aliados en Occidente. La respuesta es, como poco, comedida. La brecha religiosa entre Roma y Constantinopla aún sigue abierta: la eterna lucha entre la Iglesia Católica de Roma y la Iglesia Ortodoxa Bizantina. La ayuda del Papa a Constantino se limita a dos meras galeras, unos doscientos hombres. El 5 de abril de 1453, tras apoderarse del paso al Mar Negro, Mehmed avanza con sus tropas para rodear Constantinopla. El ejército otomano es inmenso: 80.000 soldados turcos profesionales, 12.000 de los cuales pertenecían al cuerpo de élite de los jenízaros, y 20.000 hombres sin entrenamiento militar: reclutas, renegados y mercenarios usados como carne de cañón. El ejército de Constantino apenas alcanza los 6.000 hombres. El sultán Mehmed promete a sus hombres tres días de saqueo y pillaje. Ahora, la única defensa de la última ciudad romana es la inmensa muralla de Constantinopla. Mehmed conoce la solidad de las murallas enemigas: el eterno bastión, el sostén de los bizantinos durante los últimos mil años. Los mayores cañones son incapaces de atravesar sus rocas. Será necesario, pues, construir cañones mayores. El encargado de la mastodóntica tarea será un reputado ingeniero húngaro, de nombre Urbas. El inmenso cañón resultante es arrastrado lentamente hacia la ciudad, remolcado por cincuenta pares de bueyes y cientos de soldados. Frente a él, legiones de trabajadores alisan y preparan el terreno que atravesará la mole. Mientras avanza continúa la producción del nuevo modelo, inmensos hermanos de bronce destinados a la toma de Bizancio. Los disparos resuenan noche y día sobre los cielos de la ciudad, las eternas murallas aguantan envite tras envite, a un ritmo de siete disparos diarios por cada gigantesco cañón. Es cuestión de tiempo, y el basileus lo sabe. Y entonces, cuando todo parece perdido, unas velas aparecen en el horizonte, navegando por el Cuerno de Oro en dirección a la ciudad. Occidente, al fin, ha escuchado la llamada. Tres barcos genoveses navegan hacia el puerto bizantino. La inmensa flota otomana los persigue de cerca, intentando darles alcance. El viento amaina, y los barcos genoveses se ven obligados a combatir a sus enemigos. Al fin, cerca del anochecer, consiguen zafarse de sus perseguidores y llegar a la ciudad. La ayuda ha llegado. Durante una noche, la esperanza vuelve a la ciudad sitiada. Occidente, al fin, ha respondido a su súplica. Más barcos llegarán de sus hermanos cristianos, junto con soldados y provisiones. Sólo deben aguantar. Mas, entonces, la genialidad de Mehmed se hace tangible. Hasta ese momento, el acceso a la bahía de Constantinopla, el Cuerno de Oro, ha permanecido sellada a los otomanos, custodiada por la inmensa cadena que cruza la bahía de extremo a extremo, impidiendo el paso a los barcos no deseados. Ahora bien, ¿que ocurriría si la flota otomana fuera transportada por tierra, cruzando las colinas que separan el mar del Cuerno de Oro? Esa locura, digna de Napoleón o de Aníbal, será la genialidad de Mehmed. Durante la noche, miles de soldados trasladan los barcos sobre sus hombros. A la mañana siguiente, los sorprendidos sitiados ven a la flota enemiga navegando hacia la ciudad. Ahora sólo la débil muralla menor, expuesta a los cañones, separa a los turcos de la ciudad (el dibujo bajo este texto puede servir de ayuda para ilustrar la situación: es la inmensa cadena al sureste lo que Mehmed intenta evitar, cruzando con su flota el pequeño istmo que separa la bahía interior del mar exterior).
Día tras día, los cañones otomanos destrozan la muralla menor. Ocho inmensas brechas se abren entre las piedras y, día tras día, las tropas de Mehmed se lanzan al ataque. Y día tras día, durante seis agotadoras semanas, los otomanos son rechazados por los defensores. Las tropas cristianas rechazan valerosamente ataque tras ataque, defendiendo las murallas hasta el último hombre. Mehmed planea el ataque final para el día 29 de mayo. Constantino lo sabe: se prepara para el final. Una inmensa ceremonia se celebra en la iglesia de Santa Sofía: todos los cristianos, unidos, participan en la última misa. A la una de la madrugada Mehmed da la orden de ataque. Los primeros en lanzarse al combate son los 20.000 reclutas de Mehmed. Vez tras vez son rechazados, mas las tropas bizantinas comienzan a mostrar signos de agotamiento. Tras ellos, Mehmed envía a los tropas de élite, los jenízaros. De nuevo, los soldados bizantinos aguantan el envite, rechazando las escalas y bloqueando el acceso a la ciudad. Contra todo pronóstico, parece que la ciudad resiste. Y, entonces, ocurre de la desgracia. La llamada Kerkaporta, una minúscula puerta menor en la muralla exterior, destinada al tráfico de peatones en tiempos de paz, permanece abierta. ¿Cómo ha sido posible? ¿Cómo han podido olvidar los defensores aquel pequeño acceso, aquella pequeña debilidad en la muralla? Los jenízaros, confusos, dudan, sospechando de una trampa. Al fin, uno tras otro, comienzan a entrar en la ciudad. Los defensores son sorprendidos por un ataque desde la retaguardia. Los gritos agónicos comienzan a extenderse por la ciudad: "¡La ciudad está tomada! ¡La ciudad está tomada!". Uno tras otro, los defensores comienzan a retroceder. El combate continúa en el interior de la ciudad, pero ya está todo perdido. El basileus Constantino Dragases muere en las calles de su ciudad, luchando en primera línea contra sus enemigos, despojado de sus galas imperiales y luchando como un soldado anónimo. Las llamas se elevan sobre Bizancio, el saqueo comienza. Un imán proclama desde Santa Sofía, con el rostro hacia la Meca, el credo musulmán. Y así, a través de la Kerkaporta, las tropas islámicas entran en Occidente. Así muere el último emperador romano, así cae la última ciudad romana, así se desploma la gran cruz de Santa Sofía.
Bibliografía recomendada: - Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig. A lado de su magnífica narración en "La conquista de Bizancio", este artículo es un mero resumen. - El artículo de Wikipedia sobre el tema, bastante completo (pulsar aquí para acceder al enlace) EXTRAÍDO DE http://pensan-do.blogspot.com.es/search/label/Edad%20Media

LOS ALMOGÀRAVES DE ROGER DE FLOR

La historia de la Compañía Franca, un ejército mercenario formado por almogávares aragoneses, los bizantinos les llamaban "latinos", es una nota discordante a finales del siglo XIII y principios del XIV. En plena decadencia del espíritu cruzado, y con los reinos cristianos ibéricos en pleno esplendor, sirvieron como soldados privados contra franceses, turcos y bizantinos. Antes que nada hagámonos una rápida idea mental de lo que era un almogávar. En la Reconquista los almogávares eran la infantería del reino de Aragón, soldados ligeros catalanes y aragoneses al mando de los señores feudales. En su mayoría eran montañeses procedentes de los Pirineos, antiguos labradores o pastores dedicados a una arriesgada vida como guerrero a sueldo. Acostumbrados a una vida dura y cruel eran soldados curtidos y valientes, atrevidos como pocos y feroces como muchos querrían ser. Vestían sin adornos ni armaduras pesadas: camisa de piel, calzas de cuero y abarcas, escudo los más afortunados y gorro de lana o hierro. Los más adinerados entre ellos podían disfrutar de una sencilla cota de mallas. Combatían con un cuchillo largo (colirtrell), lanzas arrojadizas (azconas) y dardos. Al grito de “desperta ferro” (despierta hierro) golpeaban sus armas con piedras hasta quedar envueltos en una nube de chispas. Su táctica era simple y efectiva: atacar. Luchaban son furia y sin cuartel, deslizándose bajo los caballos enemigos, destripándolos y haciendo caer a los jinetes. Por encima de los soldados rasos estaban los almocadenes, sargentos elegidos por democracia castrense. Caballeros de sangre noble actuaban como generales, en contacto directo con los almocadenes.
Los almogávares participaron en los interminables combates entre cristianos y musulmanes hasta que la guerra, como todo buen mercenario sabe y teme, concluyó. Sobrevivieron varios años más luchando contra los franceses por el control de Sicilia hasta que, enemistado el rey aragonés con ellos por su desobediencia, quedaron fuera de su patria y sin forma de subsistencia. La salvación vino de manos de Roger de Flor (castellanización de Roger von Blume), antiguo caballero templario de oscuro pasado, brazo fuerte y mente ágil. El caballero se las arregló para entablar negociaciones con el emperador bizantino del momento, Andrónico II Paleólogo, asustado por el rápido avance de las tropas turcas. Así se forma la que sería conocida como la Compañía Catalana a posteriori. Los datos varían de fuente a fuente, la cifra más probable rondaría los 4.000 infantes, 1.500 jinetes y sus familias. Una vez en Bizancio los problemas no tardaron en surgir. Dos anónimos genoveses, caminando por la metrópolis oriental, se encontraron casualmente con un solitario almogávar. Muy burgueses ellos, se burlaron del aspecto desaliñado y las ropas vulgares del soldado. Orgullo herido y mano al cinto, el conflicto se extendió por la ciudad terminando con la muerte de 3.000 genoveses y la súplica del emperador a Roger de Flor, pidiendo al caballero que sacara sus tropas de la ciudad antes de que empeoraran las cosas. En este momento comienza la campaña turca de los mercenarios aragoneses, de la que conocemos detalles y datos por la Crónica de los Almogávares de Ramón Muntaner, integrante de la Compañía y caballero. Los datos son poco fiables y seguramente exagerados. Enfrentan a los almogávares con ejércitos cuatro o cinco veces superiores y reduciendo las bajas de la Compañía a pocos cientos. Lo único seguro es que la campaña fue un éxito rotundo, los mercenarios vencieron gran cantidad de batallas e hicieron retroceder a los turcos de gran parte de Grecia. Volvieron a la capital, orgullosos y llenos de sangre de los enemigos vencidos. La amenaza turca se alejaba del imperio.
Entonces sobreviene la traición. Las intrigas palaciegas aumentan en Bizancio con el nombramiento de Roger de Flor como césar (el césar bizantino es el cargo inferior al emperador, similar a los últimos momentos del Imperio Romano) y la desconfianza de la corte en sus soldados. Tras ser llamado a la capital es asesinado por orden del príncipe heredero. Roger de Flor y su guardia personal de 1.300 hombres perece bajo las espadas mercenarias de los alanos contratados para tal efecto. Era el 4 de abril de 1305. El príncipe heredero, Miguel, espera la inminente rendición de la Compañía tras la muerte de sus líderes. No sabía lo que le venía encima. Los aragoneses comienzan la venganza catalana, tan tremebunda y feroz que la frase “que no te alcance la venganza catalana” seguiría en el idioma por muchos siglos. Los 3.500 almogávares supervivientes declaran la guerra al Imperio Bizantino. Los dos ejércitos se enfrentan el 7 de junio de 1305, con 30.000 soldados por el bando imperial. Diez a uno. De nuevo los espectaculares datos despiertan incredulidad: victoria aragonesa con 18.000 bajas bizantinas. De nuevo, lo único seguro es la victoria mercenaria sobre los bizantinos (dejando los datos a parte, espectacular por si misma). Tras ello son contratados por el duque de Atenas, que los traiciona a su vez negándoles la paga prometida tras terminar el trabajo. Se enfrentan los dos bandos en la batalla del río Cefis, donde los atenienses son derrotados y el duque cae en combate. Los almogávares reclaman las tierras para la corona de Aragón. Mantendrán el ducado contra viento y marea hasta finales de siglo, sobreviviendo a varias campañas y a una excomulgación papal, hasta que sean finalmente derrotados en 1391. En ese momento la Compañía, mezclada con la población local, desaparece de la historia. Son testimonio de su aventura las decenas de miles de cuerpos anónimos que descansan en tierra ajena. extraído de http://pensan-do.blogspot.com.es/2009/10/la-historia-de-la-compania-catalana.html