lunes, 18 de noviembre de 2013

CRISIS ICONOCLASTA

Se conoce como Crisis Iconoclasta el episodio ocurrido en el Imperio Bizantino a partir del siglo VIII, por el que se impone la prohibición de realizar imágenes religiosas en todo el territorio imperial. No sólo se proscriben las nuevas imágenes, sino que además se destruyeron gran cantidad de los iconos existentes y se blanquearon frescos y mosaicos.
Los motivos que se pueden aducir para explicar esta repentina persecución de la imagen sagrada son variados. Por una parte está la enorme popularidad que habían alcanzado determinadas iglesias, gracias precisamente al culto que se le profesaba a sus imágenes y que estaba derivando en auténticas idolatrías, mal vistas por un sector de la Iglesia. En muchas ocasiones esta devoción popular derivaba en el lujo y el enriquecimiento de determinados templos como consecuencia de las donaciones que recibían. El poder de los iconos estaba así eclipsando el poder civil, y es esta raíz del problema la que resultará determinante para que se produzca la Crisis. Al fin y al cabo la autoridad imperial no estaba dispuesta a verse desplazada a un segundo plano por el poder de la Iglesia. De ahí la determinación de los emperadores iconoclastas por acabar con la poderosa influencia que representaba la imagen para la institución eclesiástica. En cualquier caso también podemos considerar la Crisis Iconoclasta un reflejo de la crisis social y cultural que alcanza al Imperio bizantino y que en última instancia viene a representar el final de una época, hasta el punto de que algunos historiadores consideran que es entonces cuando puede decirse que se ha acabado definitivamente el Mundo Antiguo heredado de Roma y que empieza realmente la Edad Media. También es un fenómeno estrictamente religioso, que afecta a la propia doctrina de la Iglesia, que se plantea desde un punto de vista teológico si la imagen como tal es buena o mala para la espiritualidad religiosa, porque algunos la ven como algo positivo pues resulta un medio de divulgación para la explicación y el entendimiento de los misterios religiosos, si bien otros en cambio la entienden como una forma de paganismo idólatra. La Crisis Iconoclasta no es ajena tampoco a la influencia musulmana, creciente en la zona, ni a la crisis religiosa que acabará provocando el Cisma de Occidente. La disputa comienza cuando el emperador León III (717-741) destruye la imagen de Jesucristo que se encontraba en la puerta de su palacio, originándose una auténtica disputa civil que se radicalizará contra los iconódulos en tiempos del emperador Constantino V (741-775). La crueldad empleada contra las prescripciones imperiales llegaba al extremo de quemar las manos con hierros al rojo vivo a quien realizara cualquier tipo de icono, como le ocurrió al pobre monje-pintor Lázaro. Por otra parte, resultó dolorosa para la historia del arte, no sólo porque limitó la realización de nuevas obras de arte, sino porque destruyó muchas otras ya hechas. Durante el reinado de la Emperatriz Irene (797-802), se vuelve durante unos años y de forma provisional a la permisión de la iconodulia, pero de modo definitivo la crisis no acabará hasta el año 843 en que se deroga definitivamente el iconoclasmo.