lunes, 18 de noviembre de 2013

LOS ALMOGÀRAVES DE ROGER DE FLOR

La historia de la Compañía Franca, un ejército mercenario formado por almogávares aragoneses, los bizantinos les llamaban "latinos", es una nota discordante a finales del siglo XIII y principios del XIV. En plena decadencia del espíritu cruzado, y con los reinos cristianos ibéricos en pleno esplendor, sirvieron como soldados privados contra franceses, turcos y bizantinos. Antes que nada hagámonos una rápida idea mental de lo que era un almogávar. En la Reconquista los almogávares eran la infantería del reino de Aragón, soldados ligeros catalanes y aragoneses al mando de los señores feudales. En su mayoría eran montañeses procedentes de los Pirineos, antiguos labradores o pastores dedicados a una arriesgada vida como guerrero a sueldo. Acostumbrados a una vida dura y cruel eran soldados curtidos y valientes, atrevidos como pocos y feroces como muchos querrían ser. Vestían sin adornos ni armaduras pesadas: camisa de piel, calzas de cuero y abarcas, escudo los más afortunados y gorro de lana o hierro. Los más adinerados entre ellos podían disfrutar de una sencilla cota de mallas. Combatían con un cuchillo largo (colirtrell), lanzas arrojadizas (azconas) y dardos. Al grito de “desperta ferro” (despierta hierro) golpeaban sus armas con piedras hasta quedar envueltos en una nube de chispas. Su táctica era simple y efectiva: atacar. Luchaban son furia y sin cuartel, deslizándose bajo los caballos enemigos, destripándolos y haciendo caer a los jinetes. Por encima de los soldados rasos estaban los almocadenes, sargentos elegidos por democracia castrense. Caballeros de sangre noble actuaban como generales, en contacto directo con los almocadenes.
Los almogávares participaron en los interminables combates entre cristianos y musulmanes hasta que la guerra, como todo buen mercenario sabe y teme, concluyó. Sobrevivieron varios años más luchando contra los franceses por el control de Sicilia hasta que, enemistado el rey aragonés con ellos por su desobediencia, quedaron fuera de su patria y sin forma de subsistencia. La salvación vino de manos de Roger de Flor (castellanización de Roger von Blume), antiguo caballero templario de oscuro pasado, brazo fuerte y mente ágil. El caballero se las arregló para entablar negociaciones con el emperador bizantino del momento, Andrónico II Paleólogo, asustado por el rápido avance de las tropas turcas. Así se forma la que sería conocida como la Compañía Catalana a posteriori. Los datos varían de fuente a fuente, la cifra más probable rondaría los 4.000 infantes, 1.500 jinetes y sus familias. Una vez en Bizancio los problemas no tardaron en surgir. Dos anónimos genoveses, caminando por la metrópolis oriental, se encontraron casualmente con un solitario almogávar. Muy burgueses ellos, se burlaron del aspecto desaliñado y las ropas vulgares del soldado. Orgullo herido y mano al cinto, el conflicto se extendió por la ciudad terminando con la muerte de 3.000 genoveses y la súplica del emperador a Roger de Flor, pidiendo al caballero que sacara sus tropas de la ciudad antes de que empeoraran las cosas. En este momento comienza la campaña turca de los mercenarios aragoneses, de la que conocemos detalles y datos por la Crónica de los Almogávares de Ramón Muntaner, integrante de la Compañía y caballero. Los datos son poco fiables y seguramente exagerados. Enfrentan a los almogávares con ejércitos cuatro o cinco veces superiores y reduciendo las bajas de la Compañía a pocos cientos. Lo único seguro es que la campaña fue un éxito rotundo, los mercenarios vencieron gran cantidad de batallas e hicieron retroceder a los turcos de gran parte de Grecia. Volvieron a la capital, orgullosos y llenos de sangre de los enemigos vencidos. La amenaza turca se alejaba del imperio.
Entonces sobreviene la traición. Las intrigas palaciegas aumentan en Bizancio con el nombramiento de Roger de Flor como césar (el césar bizantino es el cargo inferior al emperador, similar a los últimos momentos del Imperio Romano) y la desconfianza de la corte en sus soldados. Tras ser llamado a la capital es asesinado por orden del príncipe heredero. Roger de Flor y su guardia personal de 1.300 hombres perece bajo las espadas mercenarias de los alanos contratados para tal efecto. Era el 4 de abril de 1305. El príncipe heredero, Miguel, espera la inminente rendición de la Compañía tras la muerte de sus líderes. No sabía lo que le venía encima. Los aragoneses comienzan la venganza catalana, tan tremebunda y feroz que la frase “que no te alcance la venganza catalana” seguiría en el idioma por muchos siglos. Los 3.500 almogávares supervivientes declaran la guerra al Imperio Bizantino. Los dos ejércitos se enfrentan el 7 de junio de 1305, con 30.000 soldados por el bando imperial. Diez a uno. De nuevo los espectaculares datos despiertan incredulidad: victoria aragonesa con 18.000 bajas bizantinas. De nuevo, lo único seguro es la victoria mercenaria sobre los bizantinos (dejando los datos a parte, espectacular por si misma). Tras ello son contratados por el duque de Atenas, que los traiciona a su vez negándoles la paga prometida tras terminar el trabajo. Se enfrentan los dos bandos en la batalla del río Cefis, donde los atenienses son derrotados y el duque cae en combate. Los almogávares reclaman las tierras para la corona de Aragón. Mantendrán el ducado contra viento y marea hasta finales de siglo, sobreviviendo a varias campañas y a una excomulgación papal, hasta que sean finalmente derrotados en 1391. En ese momento la Compañía, mezclada con la población local, desaparece de la historia. Son testimonio de su aventura las decenas de miles de cuerpos anónimos que descansan en tierra ajena. extraído de http://pensan-do.blogspot.com.es/2009/10/la-historia-de-la-compania-catalana.html